EL NORTE DE ÁFRICA

ÁFRICA es un gran continente, eso nadie puede decir lo contrario, pero los que hemos tenido ocasión de vivir en él en algún momento de nuestra vida, es mucho más que eso. Como se afirma rotundamente en Andalucía, “tiene un color especial” y yo añadiría que todo en África es especial.

Pasé algunos años de mi vida en el antiguo Sáhara Español, hoy territorio marroquí, aunque según los tratados internacionales de forma ilegal, pero no voy a hablar de esa etapa, quisiera viajar un poco más al norte, a la zona donde el Imperio Otomano y los Balcanes fueron visitados, dibujados, manufacturadas sus imágenes a través de tópicos y de leyendas como las de los bandidos, el harén y sus odaliscas, el desierto con sus ruinas inescrutables, las caravanas. En ese momento, España todavía formaba parte de ese mundo exótico que recorrían los viajeros del norte de Europa. Eran sobre todo Castilla y Andalucía, en ésta los vestigios de la dominación de omeyas y nazaríes, en su presente encontraban la etnicidad del folclore, de las indumentarias y la música.

Según el sur de la península se hacía cada vez más accesible, durante el pasado siglo XX, incluso antes, algunos artistas volvieron el rostro hacia Tánger, la puerta de África, el único lugar del sultanato donde los viajeros eran permitidos sin restricciones. Una ciudad con una luz diáfana que se convirtió en parada obligatoria para la navegación tras la apertura del Canal de Suez convirtiéndose en crisol de culturas. El sitio que encerraba todo el imaginario de lo singular y el espíritu de Al-Ándalus.

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En el Museo Nacional de Cataluña tiene a orgullo las colecciones orientalistas y continúa explorando una conexión que inició con la revisión de Mariano Fortuny, a raíz de la interesante exposición que presentaba en torno a una de las obras maestras de la institución, La batalla de Tetuán. Lo hizo uniendo a las acuarelas que posee del pintor reusense José Tapiró Baró otras procedentes de diferentes instituciones, nacionales e internacionales, entre ellas de los fondos del Museo de Arte Orientalista de Doha o el Dahesh de Nueva York, o del madrileño Círculo de Bellas Artes. Se continúan explorando de esta manera las circunstancias de los catalanes en el norte de África, una presencia que se inicia con viajeros curiosos como Domingo Badía, conocido como Alí Bey o el empresario Antonio Amatller, se prolonga en las hazañas de militares como el general Juan Prim, conde de Reus y marqués de los Castillejos, hasta trascender en la obra de pintores como los mismos Fortuny o Tapiró.

La muestra se abrió con una fotografía de época que nos traslada al tangerino Zoco de afuera, la puerta de entrada a la ciudad del estrecho, vinculando la exhibición con Tánger y en ella con paisajes que formaron un algo intangible y que no se han perdido del todo. Queda sobrevolándolos un espíritu, antiguas imágenes como ésta y las pinturas y los retratos de esos artistas que fueron capaces de congelar con sus trazos la intimidad de la Historia. Rostros y trajes, la luz de la atmósfera alrededor de los mortales. José Tapiró recogió en realidad un mundo en retroceso, fueron treinta años pintando los tipos de Tánger, algunos de los personajes de los cuadros caminan aun hoy por los pueblos del norte de Marruecos, ya no en la occidentalizada Tánger, pero sí en Chefchaouen, Larache o en Tetuán, sin embargo, el mundo de las mujeres se ha desvanecido, un hecho curioso, contrario a la lógica poscolonial de los ámbitos árabes e indostánicos. Son unas mujeres casi bizantinas, bárbaras, afectadas por el ruido de oro y sus corazas enjoyadas, deslumbrantes con el oriente de sus perlas. Es la cultura bereber. Y es que el pintor catalán trabaja sobre un sustrato preislámico con cuya cultura terminó la arabización civil de la independencia, unos restos que precedieron la colonia y a cuya trascendencia y desaparición se ha prestado poca importancia.

Tánger no era todavía la Ciudad Internacional y cosmopolita que pusieron de moda los artistas americanos en los años treinta, sino la medina desastrosa por donde el mundo magrebí comenzaba a filtrarse a Europa y a través del cual Occidente penetraba definitivamente en el sultanato de Marruecos. Una estructura amurallada donde convivían lo antiguo y lo moderno, lo tradicional de las culturas rurales norteafricanas, la pujanza comercial de la colonia judía y el poderío técnico de las potencias occidentales.

José Tapiró y Baró (Reus, 7 de febrero de 1836 – Tánger, 4 de octubre de 1913) fue un pintor español encuadrado dentro del orientalismo.

Su maestro fue el pintor de Reus Domènec Soberano. Completó sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona y, posteriormente, en Madrid y Roma, en 1867, donde conoció a Mariano Fortuny, José Villegas Cordero y otros artistas españoles. ​ En 1875 pintó El huerto de las manzanas de oro y El gaitero árabe, dos de sus más famosas obras.

Tras su primer viaje a Tánger en 1871, acompañado de su amigo y compañero de estudios Mariano Fortuny y de Bernardo Ferrándiz y Georges Clairin,​ comenzó a reflejar las escenas del Marruecos que conoció entonces, con gran entusiasmo. Después de la muerte de Fortuny se instaló definitivamente en Tánger en el año 1876, hasta su fallecimiento en 1913, con una breve estancia en España entre 1907 y 1908. Durante todos aquellos años plasmó con precisión y preciosismo escenas africanas de la época, mostrando una especial maestría en la técnica de la acuarela.

Tapiró recibió numerosos premios y reconocimientos por su obra. Entre ellos están: la mención honorífica de la exposición de Barcelona de 1866 por La llegada de los dos poetas al noveno foso, inspirada en la Divina Comedia; la tercera medalla de la Exposición nacional de Bellas Artes, ese mismo año, por El amor y el pueblo; o la medalla de la Exposición universal de Chicago de 1893.

Algunas de sus obras son: La visita del cardenal; Una aldeana romana; Un hugonote; Cabeza de estudio; Novia mora; Tipo del Sahara; Grupo de moros armados detrás de una muralla; Sidi Ahmed Benane; Café moro; Un moro de Fez en traje de boda; Un vendedor de cuscús; Preparativos de la boda de la hija del cherif en Tánger; Una mora; y El Pabellón chino del Trocadero en la Exposición Universal de París. Sus obras se encuentran en grandes colecciones de todo el mundo.

By Conchi Ruiz Mínguez

Imágenes:

Museo Nacional de Cataluña

Museo Nacional del Prado

Texto: Real Academia de la Historia

Publicado por conchiruizmínguez

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